El Hombre

Es indudable que la tecnología ha alcanzado parámetros casi inimaginables. Por ejemplo, en medicina, permite intervenciones quirúrgicas que sólo una década atrás habrían sido casi imposibles de practicarlas. En fin, en todos los campos, el adelanto tecnológico va superando día a día las barreras que fueron consideradas infranqueables.

Pero ¿quién logra que la tecnología supere a la tecnología? ¿Quién posee la virtud de manipular aparatos que a veces requieren de una capacidad supranormal? ¿Cuál es el ser capaz de conseguir logros a favor de su especie, así como inventar lo incomprensible para destruirla? Indudablemente: El Hombre.

El Hombre, ese ser incomprensible, capaz de donar un órgano de su cuerpo a favor de su semejante, así como buscar los órganos vitales e introducir el puñal asesino, el ser que se conmueve del maltrato a los animales, pero que sin embargo maltrata, humilla, ofende y mata a sus congéneres. El Hombre, el ser que posee dos manos para acariciar; pero también para matar, una boca de la que brotan los versos más bellos y sublimes, como también las palabras más torpes. El Hombre, el ser que odia, aborrece, miente, calumnia y mata, también quiere, ama, llora, se arrepiente y recapacita. ¿Habrá otro ser como este? Sin duda que no, por ello, "el Hombre, lobo del Hombre" arranca sublimes notas del violín, pinta cuadros hermosos, esculpe bellos monumentos, escribe inolvidables obras y sobre todo, habla de amor.

Sin embargo, el hombre, ese ser que ha sido el artífice de los adelantos a que hice referencia, tiene que ser consciente que las maravillas descubiertas pueden ser también la amenaza para su sobrevivencia. La energía atómica, mal utilizada, tiene la capacidad de aniquilar no solo su especie, sino a cuanto ser vivo esté sobre la faz de la tierra.

El Hombre que se debate en una decadencia moral, busca refugios artificiales como la droga, el alcohol, la prostitución y otros, que a la vez desencadenan en factores negativos como la violencia, la mentira, el egoísmo y un cúmulo de defectos, que si bien no son típicos del siglo presente, se han hecho tan comunes al extremo de ser parte de él.

La aparición de infinidad de religiones, no es otra cosa que el producto de la disconformidad y el temor del Hombre, que busca instintivamente mayores y mejores refugios, frente a las amenazas de la naturaleza y la de su autodestrucción.

Sin embargo, el Hombre, morador transitorio de la maravilla del universo, pequeño prisionero del tiempo y del espacio, no muere jamás. Su cuerpo como materia, es cubierto por tierra y sepultado en el olvido, pero su energía permanece en la eternidad.

Sea lo que sea, el Hombre es grande y es más grande cuando abraza, perdona, olvida rencores y pese a lo que fuere, dobla las rodillas ante Dios.